Bebamos de las
copas más lindas que tenemos hoy...

Hoy cuando volvía a casa en el bondi, tenía tres ideas revoloteándome sobre las cuales quería escribir, sí o sí.

Me pregunto cómo veré a los niñitos el día que yo sea una vieja chota.
Sentado bajo la ventana, con su taza de café calentándole las manos y su cuaderno en la falda, era más hermoso que ninguno...
Tengo ganas locas de volver a escribir como antes. De poder volcar en mi cuaderno lo feliz que estoy, o lo ansiosa que me siento. Lo asustada que me tienen ciertas circunstancias, o la tranquilidad que me genera cerrar (y abrir) otros asuntos.
Por esas cosas del destino, el jueves cuando iba en bondi quedé exactamente a la par del chofer de otra línea, que estaba parado en el mismo semáforo.
Ayer un amigo llevó a la verbalidad (?) eso que me atormenta cada vez que me gusta alguien y hay posibilidades de un progreso (¿hay posibilidades de un progreso?)... ese patrón de conducta que sigo al pie de la letra en todas mis posibles/futuras/probables relaciones.
Afuera diluviaba, solpaba un viento furioso, y los truenos no descansaban. Yo estaba reconstada sobre su hombro, en pijama y cubierta con una sábana de la cual se escapaban los dos pares de pies. No me hacía falta nada, me sentía segura, me sentía querida, me sentía cuidada. Tal vez haya sido por su mano acariciándome el hombro, o por sus labios acariciándome el pelo, o por sus ojos acariciándome el alma, no lo se. Pero me sentía totalmente plena. Así hubiera podido quedarme a vivir. Saber (y sentir) que los dos respirábamos el mismo aroma a tierra mojada era motivo suficiente para no querer moverme jamás. Era extraña la forma en que mi cuerpo percibía su calor, como una especie calidez imantada que cada segundo me acercaba más a él, queriendo acurrucarme lo más cerca posible de su pecho, donde pudiera escuchar cada uno de sus latidos. Tal vez esperando sentirme nombrada en cada uno de ellos, exactamente igual a lo que percibía en el pecho de Tonio después de haber pasado la noche juntos. Cómo nos amábamos con Tonio... aunque lo admito, mi modo de amarlo a veces me resultaba hasta perverso. Era totalmente necesario que, esas dos benditas tardes a la semana, yo durmiera con Marcos.
Voy a tratar de explicar mejor la pausa nº 37, porque para el que no sepa lo mucho que me gusta estar sola (sola literalmente, no es "sola sin mis padres y con amigos... no, sola), lo mucho que me gusta la lluvia, lo mucho que me gusta el fernet, y lo mucho que me gusta La Renga, no la va a entender.
Lo feo de mis etapas de no-escritura, es que, ganas de escribir, tengo igual. Entonces me siento con mi cuaderno y mis lapiceras a esperar algún milagro, alguna vaga idea que plasmar en los renglones, algún acontecimiento paranormal (¿no será demasiado?) que sea mi pasaporte a la inspiración. Además, me ayudó a mantener mi nueva postura respecto a mi situación sentimental... estuve tan bien, tan dipersa, que casi no pensé en él.
Por otro lado, menos mal que tengo el celular sin crédito, si no, me iba de boca, seguro.
Presiento que se vienen días de baja producción. Retifico lo de ayer, estoy pasando por una etapa de idiotez extrema, y ¿lamentablemente? limita mis posibilidades de escribir como la gente. A ésto me refería cuando hablaba de las palabras de Abelardo Castillo, cuando uno es feliz no es capaz de escribir cosas tan maravillosas como cuando uno se siente desdichado. O al menos yo... y por eso pienso que es así.
Un suceso importante en estos últimos días, es que estoy padeciendo una bobera insoportable. Me pongo a cantar cualquier cumbiancha, pierdo el hilo de las conversaciones fácilmente, digo palabas como "pesquita" (y no mezquita), "indagación" (y no indagatoria) y cosas así.
Una vez alguien me hizo leer una entrevista a Abelardo Castillo, donde hablaba de la literatura y la tristeza. Era, no sólo hermoso, sino 100% cierto. De alguna manera, sentí que este hombre dijo lo que toda mi vida pensé respecto a cuáles eran mis condiciones anímicas necesarias para poder escribir...