viernes, 13 de noviembre de 2009

Vuelta nº 123.

Afuera diluviaba, solpaba un viento furioso, y los truenos no descansaban. Yo estaba reconstada sobre su hombro, en pijama y cubierta con una sábana de la cual se escapaban los dos pares de pies. No me hacía falta nada, me sentía segura, me sentía querida, me sentía cuidada. Tal vez haya sido por su mano acariciándome el hombro, o por sus labios acariciándome el pelo, o por sus ojos acariciándome el alma, no lo se. Pero me sentía totalmente plena. Así hubiera podido quedarme a vivir. Saber (y sentir) que los dos respirábamos el mismo aroma a tierra mojada era motivo suficiente para no querer moverme jamás. Era extraña la forma en que mi cuerpo percibía su calor, como una especie calidez imantada que cada segundo me acercaba más a él, queriendo acurrucarme lo más cerca posible de su pecho, donde pudiera escuchar cada uno de sus latidos. Tal vez esperando sentirme nombrada en cada uno de ellos, exactamente igual a lo que percibía en el pecho de Tonio después de haber pasado la noche juntos. Cómo nos amábamos con Tonio... aunque lo admito, mi modo de amarlo a veces me resultaba hasta perverso. Era totalmente necesario que, esas dos benditas tardes a la semana, yo durmiera con Marcos.
...
Y no, no me sentía una mujer infiel. Porque a Tonio no dejaba de amarlo cada vez que estaba con Marcos. Al contrario, mi seguridad de que era el hombre de mi vida se reafirmaba. Comprobaba que que era al único hombre al que era capaz de amar. El único hombre del cual mi corazón sabía el nombre, y el suyo, era el único que me nombraba a mí... porque Marcos... Marcos extrañaba mucho a su mujer.



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1 comentario:

El Vocero dijo...

Quién no tiene sus esqueletos en el armario?

Te mandé el mail.

Beso