Deseé que alguien apareciera y me rompiera el cerebro el mil pedazos, como bien lo hiciste vos en su momento.
Recordé a algunos hombres que me amaron.
Releí ese mensaje inesperado que me llegó ayer, con una confesión digna de una comedia romántica dominguera, pero un día lunes.
Pensé en ese beso que no di.
Lloré.
... todo eso en un minuto o dos. En realidad creo que las lágrimas duraron un poco más.
Me volví a preguntar por la angustia y supe que no era angustia sino tristeza. Lloré aún más después de eso. Y también volví a pensar en los hombres que me harían sonreír. Y me acordé de algo que pensaba hace unos días, de que el problema no es que ellos se enamoren de mí sino que yo no me enamore de ellos. Porque ellos no arman burbujas alrededor nuestro, no suspenden el tiempo, no le ponen pausa a esta montaña rusa que es la vida.
Pensaba en el problema, en el enorme y viejo problema que es quererte tanto. (y cómo me cuesta a mi resolver problemas...) cuando te quiero me convierto en mi peor enemiga. Pero cuando te quiero y vos también me querés, armás la burbuja, suspendés el tiempo, le pones pausa a la montaña rusa. Y entonces... cómo no quererte...